Siempre tuve grandes inquietudes por conocer lo que la denominada “caja tonta” ofertaba. Recuerdo que desde muy niño, volvía loco del colegio para poder encender la televisión y contemplar aquellos programas infantiles y musicales que se daban a finales de los años 60. También me aficioné al teatro gracias a esos espacios que se presentaban con el nombre de “Estudio 1” y que estaban dedicados a poner en escena importantes piezas teatrales de grandes dramaturgos españoles y extranjeros con nuestros mejores actores al frente.
¡Qué televisión aquella la de entonces!, con pocos medios te creaban un mundo de ilusión y a la vez era como poner una ventana al exterior donde se podía aprender tantas cosas. Una familia reunida en torno a ella y una familia ampliada, pues esos asiduos personajes que te hablaban directamente a través del cristal, ya eran uno más en el clan familiar.
Los niños adorábamos a los “Chiripitifláuticos” y los mayores no se perdían “Bonanza” o “El Santo” y había tantos programas sencillos y sin pretensiones, que te hacían creer en la esperanza y en la bondad de los hombres. ¡Cómo han cambiado las cosas! Hoy existen programas en televisión que resultarían totalmente impensables entonces, cargados de una agresividad y falta de respeto que rayan lo peor de los humanos, aparte del mal gusto y una enseñanza que no creo conveniente para los que empiezan a vivir.
También era habitual en los espectadores la hora del “parte” como vulgarmente se conocía al Telediario y hasta los más pequeños se lo tragaban, pues los mayores no lo perdonaban jamás, por lo menos eso ocurría en mi casa. Recuerdo que muchas veces, aparecía un hombre de pelo negro y semblante poderoso, que hablaba de una forma especial desde Norteamérica, efectivamente lo hacía desde Nueva York y con los años supe que se llamaba Jesús Hermida.
Este popularísimo periodista y presentador de televisión ha formado parte de la vida de los españoles desde el año 1968, cuando se asomó por primera vez a la pequeña pantalla. Desde entonces el onubense se convirtió en una de las caras más conocidas y admiradas y también imitadas de la televisión española, pues su estilo y definición han creado escuela, sin duda alguna.
Particularmente fue un gran placer conocerle personalmente al poco tiempo de trasladarme a Madrid. Recuerdo que se estaba realizando un casting donde buscar presentadores para un nuevo proyecto en TVE que Hermida llevaría al frente. Un representante de espectáculos que yo conocía me animó a presentarme y como no tenía nada que perder, pues tampoco se trataba de mi oficio, le planté valor y pasé la primera prueba, aunque al final, no sería yo el elegido.
Tengo que decir que Hermida imponía, su acusada personalidad cargada de ironía y gesticulaciones no dejaban indiferente a nadie, y hasta que no se le conocía más profundamente, podía causar cierto pánico en aquellos que estaban bajo su tutela. Así lo han explicado en numerosas ocasiones algunos de sus más cercanos colaboradores. Pero detrás de esa imagen de lobo feroz, si te parabas a observarlo detenidamente, podías traslucir a un hombre más tímido de lo que parecía y más vulnerable también.
Juraría y me atrevería a decir, que en el fondo de su ser, se escondía un niño deseoso de aprobación, con una sensibilidad exquisita llena de buenos sentimientos, gran ternura y una profesionalidad impecable que no se permitía fracasos ni debilidades. Estoy seguro que fue su peor crítico.
En 1994 pinté su retrato al óleo, con su postura más característica y ese flequillo sobre la frente que le hizo ser tan parodiado e imitado. Sé que le gustó, pues me lo comentó muchas veces y lo tenía puesto en un lugar significativo de su casa. Yo lo realicé con profuso agrado y con el respeto y consideración que su figura me suponía.
Hoy, ya ha quedado en la historia. Descanse en paz.
Retrato de Jesús Hermida – Óleo sobre lienzo, 1989. Antonio Montiel