Todo artista tiene unas metas que a veces se cumplen y otras, desgraciadamente nunca se terminan de llevar a cabo. El ego siempre se cuela por cualquier rendija, es por ello que en el ser humano aflora ese deseo de aprobación de los demás, para sentirse valorado y querido y de tal actitud nunca se termina de estar en la cuerda floja o como digo muchas veces, en la montaña rusa.
Y es que la autoestima es fundamental para tener ese ansiado equilibrio en la vida cotidiana y deberíamos aprender a no necesitar buscarlo en el exterior, que es siempre incierto y cambiante, sino en lo más profundo de nuestro ser. Conociéndonos y sabiendo que es lo que queremos realmente, sin engaños, de la vida.
Este comienzo, reflexivo y filosófico viene al caso al recordar lo que fueron mis principios en el difícil mundo de la pintura, cuando soñaba con llegar un día muy lejos y poder demostrarles a los míos que no me equivocaba cuando decidí apostar por lo que me gustaba, haciendo de ello mi profesión. Nací pintor y me hice pintor y además, me las jugué todas en el difícil género del retrato, sin trampas ni cartón, a pecho descubierto, poniendo en cada línea mi saber intuitivo y en cada expresión, el alma.
Son muchos los retratos que he plasmado en los lienzos a lo largo de mi carrera, muchas personas anónimas y muchos personajes muy conocidos que me sirvieron como buen escaparate para que mi acreditación tomara vuelo.
Una de las reiterativas preguntas que siempre se me hicieron en los medios de comunicación, después de haber inmortalizado a tanto famoso era la de: ‘¿Qué personaje te gustaría llegar a pintar un día?’ La verdad que durante todos estos años uno ha tenido tiempo de desmitificar y darse cuenta de que, estos inalcanzables personajes, son tan de carne y hueso como cualquier hijo de vecino y que en algunos casos, sería mejor no acercarse, para no llevarse el terrible disgusto de la desilusión más absoluta.
Pero este no es el ejemplo de la mujer que hoy me ocupa.
La Reina Isabel II de Inglaterra podía ser mi meta y así lo afirmé en diferentes medios, quizá por aquello de que no era nada fácil y porque siempre se la tuvo como “la reina de las reinas”, cuya imagen, siempre estuvo sostenida, entre la frialdad y la distancia.
Un día el destino quiso que mi sueño o mi deseo más increíble, a nivel profesional, se convirtiera en realidad y que a través de mí querido amigo y representante René Waterhouse, un inglés vinculado directamente a alguien muy estimado por la soberana, tuviera lugar el encuentro en el Palacio de Buckinghan, ella conociera mi obra y pudiera retratarla.
He querido mostrar la parte más humana y amable de Isabel II, con una sonrisa con la que se prodiga poco en los medios de comunicación, pero que sin duda tiene y te obsequia cuando se encuentra relajada. He de decir que cuando vio mi obra acabada tuvo expresivas muestras de admiración – ¡es una delicia! dijo.
Costó tiempo llegar hasta ella, pero como dice el refrán “las cosas de palacio van despacio”.